Hace días vi “Bajo la misma estrella”, una película maravillosa que habla de como dos adolescentes con 2 cánceres terminales gestionan sus emociones y se enamoran. Evidentemente la película es un drama, pero también es una lección de vida y tiene toques de comedia. En definitiva debería ser obligatorio verla para saber como afrontar las cosas ante una enfermedad tan devastadora. Además lamentablemente nos recuerda como tenemos tantas carencias en la Oncología española. Como oncóloga ejerciendo en España me “jode” reconocer esto, pero es una realidad que vivo día a día.
Estamos a años luz de hacer las cosas bien, y no me refiero a tener acceso a fármacos caros, o ensayos clínicos, en eso afortunadamente no vamos mal. Me refiero a que ni de lejos vemos al paciente de forma global como un ser con cuerpo y mente. A menudo nos olvidamos del sufrimiento psicológico, y los apoyos emocionales son pocos por la falta de recursos y de tiempo.
Hoy os quiero contar la historia de Iván. Iván tiene 26 años, lo digo en tiempo presente porque en estos momentos creo que aún está vivo, pero no lo sé. Está mañana se debatía entre la vida y la muerte en la UVI de un Hospital cualquiera, pero cuando escribo estas líneas casi 12 horas después no tengo la certeza de que haya conseguido sobrevivir a esta mañana. Mientras algunos de nosotros nos planteamos como un drama el no llegar del todo a fin de mes, o lloramos por las esquinas porque nos ha dejado un novio cualquiera, otros tienen un cáncer terminal y no van a poder sentir estas cosas negativas nunca. Iván con 26 años tenía toda la vida por delante y probablemente planes y proyectos. Cuando no llegas a 3 décadas de vida lo que menos te puedes plantear es que tus padres irán a tu entierro, que no acabaras la carrera, que no te casarás con nadie, que nunca tendrás un hijo, que no podrás dar la vuelta al mundo, ni siquiera a la manzana, que no serás abuelo, ni tendrás un trabajo, ni una hipoteca, ni un coche, ni te emborracharás con tus amigos, y que tampoco te comerás las uvas en el 2015. Pero un buen día alguien te dice en tono serio que tienes un osteosarcoma, como uno de los protagonistas de “Bajo mi misma estrella”. Al principio miras a la oncóloga con cara rara, porque ni siquiera eres consciente de cual es el alcance de esa palabra tan rara. Pero ves que tu madre tiene un gesto preocupado y que una lágrima le recorre lentamente la mejilla. Pero la oncóloga sigue muy seria y te empieza a explicar cosas que no entiendes, que llevan en la misma frase nombres de medicamentos raros y cosas horribles que te pueden pasar. Y entonces de repente te visualizas calvo y vomitando en una palangana. Pero ni siquiera ahí eres consciente de que en ese momento tu vida se ha dado la vuelta y que no acabaras la carrera, ni te casarás con tu novia, ni todo lo demás. A veces ni siquiera entiendes que osteosarcoma es un cáncer. Sólo cuando tímidamente te atreves a preguntarlo y la oncóloga asiente con la cabeza comprendes que algo malo va a pasar y el miedo entonces te inunda de una manera que paraliza tu mente y tu cuerpo, y te conviertes en un robot que obedece todo lo que le dicen mutilando tu capacidad de decisión. Nunca te preguntan si te quieres someter a todas esas cirugías y a esos tratamientos que te convierten en un ser de tez cetrina lleno de llagas en la boca, heridas en los labios y amigo de un gorro que tapa la huella del cáncer. Porque a lo mejor no quieres, a lo mejor solo quieres vivir y disfrutar sin que nadie te diga lo que tienes que hacer.
Iván fue derivado a un centro de referencia especializado en osteosarcomas. Se sometió a múltiples cirugías mutilantes de su pierna. Cada vez había más tumor y menos pierna sana, hasta que un día no se pudo operar más. Se sometió a tratamientos de quimioterapia tan agresivos que le hacían estar postrado en una cama y veía pasar los días por la ventana de su habitación sin conseguir ver los rayos de sol.
Entonces un día Iván empeoró y hubo que cambiar de tratamiento. Y probablemente este tratamiento iba a ser más agresivo que otros, pero Iván obedecía porque creía que era lo que su madre querría. La madre de Iván no estaba bien. Es difícil estar bien de la cabeza cuando sabes que tu hijo se va a morir, pero ella no sabía gestionar sus nervios y canalizar su ansiedad, y eso tampoco ayudaba a Iván. Pero a ella nadie la había enseñado y se debatía entre la muerte de su hijo y su ansiedad.
Iván ingresó tras el tratamiento porque su médula ósea dijo que no podía más y gastó todas sus reservas. Una infección urinaria, una respiratoria y una tiflitis agravaron el estado de Iván. Cada vez respiraba peor. Se ahogaba y era consciente de ello. Iván se estaba muriendo, todos lo sabían pero no era fácil aceptarlo cuando tienes 26 años. Ni siquiera para la oncóloga lo era. Por eso llamó a la UVI, para que alguien le reforzara lo que ya sabía. Iván se moría y la UVI no serviría para curarle. Cuando la oncóloga contó la historia al intensivista, éste le dijo que ese paciente no era candidato a la UVI, porque moriría igual, pero cuando él mismo subió a verle, ya no lo vio tan claro. Es más lo vio muy claro pero no era capaz de decir que no. La edad de Iván pesaba mucho. Él médico fue claro:
-Iván hay 2 opciones o te duermo, te pongo un tubo para respirar y hay una posibilidad entre un millón de que salgas o te mueres en 48 horas.
Era la primera vez que le daban la opción de elegir. Dudó, miró a su madre. Se sentía cansado de luchar contra algo que era mucho más fuerte que él. Estaba a punto de decir que le dejaran morir, pero entonces pensó en Marta, su novia, y escogió el tubo para respirar. No supo muy bien por qué, pero esas fueron las palabras que salieron de su boca, a pesar de que su cansada alma quería descansar en paz.
-Me gustaría despedirme de mi novia, pero está en Madrid, le dijo Iván al médico.
-No va a ser posible, le dijo éste, no hay tiempo, estás muy mal.
Él asintió, comprendió y pidió a su madre que se despidiera de ella por él.
Bajaron todos a acompañarle a la UVI y era impresionante su entereza. Se despidió de su madre:
-Mamá, te prometo que voy a luchar.
Miró al médico y le cogió la mano.
-Estoy en tus manos, dijo, sálvame.
Y mientras el celador empujaba la cama al interior de la UVI, él levanto la mano con los dedos en forma de “V” de victoria. La madre lloraba, la oncóloga lloraba y por primera vez en muchos años vieron al médico de la UVI llorar.
Las puertas se cerraron tras la cama de Iván y probablemente no vuelvan a abrirse para que su cama suba a la planta con él recuperado. Iván fallecerá en las próximas horas dormido e intubado en una cama de la UVI, probablemente en soledad. No se habrá despedido de Marta y tampoco de su familia. Si no se lo hubieran llevado a la UVI, a lo mejor podría haberse despedido de todos los suyos y habría fallecido en la cama de su habitación del hospital acompañado por los suyos. Pero esta vez, que pudo eligir, eligió la soledad, pensando que así a lo mejor los vería una vez más. Y eso para él era su todo.
Disfrutad de la vida cada día, de las cosas sencillas, de vuestros amigos y familiares. a lo mejor mañana no podéis hacerlo. No os preocupéis con lo que realmente carece de importancia porque eso apagará vuestra energía.
A todos los pacientes que luchan cada día contra el cáncer, a los que han logrado vencerlo, a los que les ha derrotado, a todos los que tienen sus alas, y en especial a Iván, que está a punto de conseguirlas y por supuesto a todos los profesionales que trabajamos en oncología, porque hacemos un poco más posible la vida de estos enfermos con lo poco que tenemos, y lo menos aún que vamos a tener en el futuro.
Os dejo con unas frases que la protagonista de la película “Bajo la misma estrella” le escribe al protagonista (como nuestro Iván):
“Quería más días contigo de los que podré obtener. Algunos infinitos son más grandes que otros. Quiero más números de los que podré obtener. No sabes cuanto te agradezco nuestro pequeño infinito. Me has dado una eternidad en esos días contados y por eso te estoy eternamente agradecida. Intente imaginar un mundo sin nosotros pero ese mundo era una mierda…”
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